Empecé a bailar tango porque necesitaba hacer algo lindo de mi vida, algo divertido, algo un poco transgresor. Estaba sola, me había divorciado hacía poco tiempo, era una época difícil para mí emocionalmente y el tango era una buena opción. Empece a ir a las pocas academias que había en ese momento. Fue hace unos veinte años, los métodos eran distintos y tampoco había la difusión que hay ahora. En esa época éramos muy pocos. Fue con el revival del tango, que venía otra vez de Europa. Unos cuantos de esos hoy son profesionales.
Antes de estudiar (que lo hice durante años) sabía muy poco de tango. Esto era el común denominador entre la gente de mi generación, porque en esa época no se bailaba tango. Cuando era una criatura agarré el ultimo coletazo del tango, pero de una forma muy naive y familiar.
Acompañaba a mi viejo a escuchar a Troilo en vivo, él no estaba metido en el ambiente de la milonga, pero le encantaba el tango. Lo bailaba con mi mamá, muy simplemente, y también cantaba algunos tangos, a veces hacían duetos caseros con mi mamá, y a mi hermana y a mi nos encantaba escucharlos.
Buenos Aires huele a tango. La ciudad es tango. Aunque no hayas estado en el ambiente tanguero, escuchaste tango, viste gente bailando en la calle, en las fiestas familiares. Pero la música que conmovía a mi generación era el rock. Y eso era lo que yo escuchaba y bailaba.
Durante mi adolescencia me atraían las practicas físicas, especialmente las que estaban relacionadas con el baile y el movimiento, hice yoga, danza bioenergética, ballet, y todo esto a la hora de bailar y enseñar tango me dio conciencia corporal y rítmica.
Tuve muy buenos maestros, pero aprendí sobre todo de los milongueros. Bailé años con ellos y aprendí en mi cuerpo lo que hacen con el suyo.
Me quedé años atrapada en la milonga. Para mí era un mundo mágico y nuevo, un mundo desconocido y a la vez muy interesante.
Todavía estoy enamorada del tango por la riqueza intima y musical de su abrazo, por el poder espiritual que se desprende cuando aceptás tu vulnerabilidad.
El tango fue revelador para mí; yo creía que tenía una capacidad de entrega mucho mas allá de la real, y me enfrente con el hecho de que le tengo miedo al otro sexo. Mas tarde entendí que esto les pasa a las mujeres y también a los hombres. Bailar tango me dio la posibilidad de manejar aquellas emociones que no me hacían feliz (y no sólo en las relaciones con los hombres). Me dio la alegría de disfrutar del dialogo corporal sincero, como ninguna otra danza, por el compromiso corporal y espiritual al que expone. Fue y todavía lo es, balsámico para mi alma. Trasciende toda emoción ajena al instante eterno y la vez efímero en el que se baila.